La Sangre de las Verdades Eternas

En un reino donde el cielo se teñía de púrpura al atardecer y las estrellas eran ojos de dioses olvidados, surgió Vermilthor, un guerrero legendario cuyo cabello era una cascada de serpientes rojas como la sangre recién derramada. Su poder no era una maldición, sino un pacto con Aelith, diosa de los juramentos inquebrantables, quien le otorgó serpientes de rubí vivo para castigar a los mentirosos y honrar a los valientes.

El Origen del Pacto Escarlata

Vermilthor, heredero de un linaje de herreros sagrados, juró proteger a su pueblo de gobernantes que manipulaban con falsas promesas. Cuando su hermana murió víctima de un tratado traicionero, desafió a Aelith. La diosa, impresionada por su ira justiciera, le ofreció un don:
—Tus cabellos serán serpientes del color de la pasión y la pérdida. Si alguien miente en tu presencia, su veneno drenará su fuerza vital… pero si alguien habla con verdad, beberán de tu sangre para otorgarle vigor—.

Las serpientes rojas eran un símbolo de equilibrio: su mordida debilitaba a los mentirosos, dejando marcas escarlatas en su piel como sellos de deshonra. Pero cuando alguien era honesto, Vermilthor permitía que las serpientes lo mordieran a él, transfiriendo parte de su fuerza al sincero. Un acto de fe que lo dejaba vulnerable, pero que premiaba la valentía.

El Encuentro con la Reina de Hierro

Karys, una soberana de armadura negra y cabello de plata, llegó a sus tierras. Había derrocado reinos con astucia, pero ahora buscaba aliados contra un tirano que esclavizaba a su pueblo con engaños. Al ver a Vermilthor, las serpientes se agitaron, intrigadas por su aura de contradicciones: una líder feroz que escondía un corazón fracturado por traiciones pasadas.

—¿Vienes a usarme como arma? —rugió Vermilthor, las serpientes silbando como llamas—.
—Vengo a aprender —respondió Karys, sosteniendo su mirada—. Dicen que tu poder premia a los honestos… y yo ya no soporto las mentiras.

Ella mintió al declarar que solo quería justicia. Una serpiente la mordió en el cuello, y venas rojas brillaron bajo su piel como ríos de lava. En lugar de gritar, Karys cayó de rodillas, revelando sin palabras su verdad oculta: anhelaba encontrar a alguien que no temiera su fuerza ni su pasado. Vermilthor, conmovido, la llevó a su fortaleza.

El Romance de la Sangre Compartida

Las noches se llenaron de conversaciones cargadas de tensión. Karys comenzó a hablar de sus miedos: cómo había enterrado su vulnerabilidad bajo capas de acero, cómo desconfiaba hasta de su propio reflejo. Cada verdad que ella pronunciaba hacía que las serpientes atacaran a Vermilthor, drenando su sangre para fortalecerla.

—¿Por qué pagas este precio? —preguntó ella una noche, viendo cómo las heridas en sus brazos sanaban lentamente—.
—Porque tu honestidad es más rara que el agua en el desierto —confesó él, acariciando una serpiente que se enroscaba en su muñeca—.

La atracción entre ellos creció como un incendio. En un amanecer, frente a un lago cuyas aguas reflejaban el cielo sangriento, Karys le tendió una daga:
—Si una mentira me debilita… ¿qué hará una verdad que nos una? —Antes de que él respondiera, clavó la hoja en su propia palma y dejó que su sangre goteara sobre la tierra—. Tu turno.

Vermilthor, desafiando el dolor, permitió que las serpientes lo mordieran. Su sangre se mezcló con la de ella, y en ese éxtasis, ambos vieron la misma visión: un futuro donde gobernaban codo con codo, no por deber, sino por elección.

El Beso que Transformó el Destino

Aelith apareció entonces, envuelta en sombras furiosas:
—¡Has malgastado mi don en sentimientos efímeros!
—No —replicó Vermilthor, tomando la mano de Karys—. El amor no es efímero… es la verdad más antigua.

Al besarse, las serpientes rojas se desprendieron de su cabello, transformándose en amapolas de fuego que brotaron en el suelo árido. Cada flor contenía una gota de su sangre convertida en néctar: quien lo bebiera vería sus propias mentiras reflejadas en el agua, pero también hallaría el coraje para enfrentarlas.

Legado

Juntos, Vermilthor y Karys derrotaron al tirano exponiendo sus engaños ante las masas. Las amapolas crecieron en los campos de batalla, recordando que hasta la verdad más dolorosa puede sanar.

Y en las noches de luna roja, se dice que sus sombras se funden entre las flores, mientras las serpientes convertidas en pétalos susurran historias de un guerrero que eligió sangrar por amor, no por guerra.

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